Ha fallecido un hombre bueno, un buen maestro y un buen avemariano.
Le conocí cuando, procedente de su Calahorra natal, ingresó interno en el Seminario de Maestros del Ave María para cursar los estudios de Magisterio, pero le conocí profundamente cuando, ya maestro avemariano, vino, como tal, al Colegio del Ave María de San Isidro, procedente del también colegio avemariano de La Quinta.
Era un hombre prudente, sencillo y amable, que siempre realizó su función docente con gran profesionalidad, intentando inculcar en sus alumnos los valores manjonianos que habíamos conocido y vivido en nuestro Seminario de Maestros de la mano de personas como don José Montero Vives o don Jorge Guillén García, ambos herederos del espíritu renovador de don José Jiménez Fajardo.
Su humildad y sencillez se pusieron de manifiesto permanentemente, pero de manera especial cuando el Patronato le pidió que fuera el Director de San Isidro. En un primer momento, se negó a aceptar por no considerarse capacitado para realizar esa función, pero ante la insistencia, y por su amor al Ave María, terminó aceptando el puesto. Como Director realizó una buena labor, a pesar de las muchas dificultades que tuvo que superar para acondicionar el Colegio a las exigencias materiales que demandaba la administración educativa para transformar el Centro en Colegio de Secundaria. Fue un buen director.
Poco a poco nuestra amistad se fue consolidando y pude conocer lo profundamente enamorado que estaba de “su Pilar”, su esposa, y cómo junto a ella colaboró en la catequesis de su parroquia, San Isidro.
En estos últimos años he compartido con él un puesto en el Consejo Escolar de San Isidro en representación del Patronato.
Pilar, su esposa, enfermó gravemente y él siempre estuvo a su lado, cuidándola y ayudándola con cariño y esmero, pero sufriendo mucho. Lo afrontó todo con una fe a prueba de bomba. El día que Pilar murió, Antonio se encontraba convaleciente de una grave intervención quirúrgica y tuvieron que adelantarle el alta médica para poder estar presente en los funerales. Más de una vez me dijo que no le importaría irse con ella. ¡Dios mío, cuánto amor, cuánta fe y cuánto sufrimiento! Esta era mi reflexión siempre que compartía un rato con él.
El pasado año, su cuerpo comenzó, de nuevo, a presentar malos síntomas acompañados de fuertes dolores. Insistía en la idea de que estaba preparado para morir, ya que esto le suponía el tránsito hacia su Pilar. Unos días antes de su muerte, y en una de las visitas que le hice al hospital, me dijo que había recibido, a petición suya, la Extremaunción o Unción de los Enfermos. Por rebajar la tensión del momento, y sin saber qué responderle, le dije que nos quedaban muchos viajes que hacer juntos, sin saber que él ya tenía perfectamente planificado el suyo. Debió de notar algo en mi expresión y al día siguiente me mandó un cariñoso whastsapp pidiéndome que no me preocupara.
Hoy Pilar y Antonio están gozando de la presencia de Dios y nos han dejado entre nosotros a sus dos hijos: María Pilar, que hoy nos acompaña en el Ave María de La Quinta, como Profesora de Secundaria, y Damián, que continúa en sus labores de Odontólogo.
Nuestro pésame y el de toda la comunidad avemariana para ellos.
Reflexión: Antonio Toribio fue un maestro que trabajó por hacer de sus alumnos hombres cabales. Seguro que su trabajo no se perdió y que hoy está germinando en el corazón de muchos de sus alumnos. Lo consiguió porque él fue un hombre CABAL. Nadie da lo que no tiene.
Nicolás Gutiérrez Gorlat. Maestro Avemariano.